El elemento que más miradas recoge en la Puerta del Sol es el famoso reloj de la Casa de Correos, instalado el 6 de noviembre de 1866 en honor de Isabel II. El actual sustituyó a otros relojes anteriores que engañaban a los madrileños por su funcionamiento defectuoso. Los relojes anteriores daban una hora diferente en cada esfera y eran conocidos como «relojes de pega» por la prensa de la época.
El actual aparato fue un regalo donado a Madrid por el prestigioso relojero José Rodríguez Losada, con taller en Londres, que avisa del cambio de año desde 1916 y que ha cumplido todo tipo de funciones: fijar la hora de salida de las diligencias, para cobrar las carreras de los viejos taxis de caballo, para dar la hora oficial del país a través de los partes de Radio Nacional de España y hasta para invitar a Alfonso XIII a pasar la Nochevieja de 1930 mezclado entre el pueblo como uno más.
Según la leyenda de la que escribí hace unos años aquí, la costumbre de tomar las uvas nació en 1909 a raíz de una gran cosecha. Los campesinos, para fomentar el consumo, entregaron miles de racimos a los asistentes que celebraban el fin de año en la plaza. Tuvo tanto éxito que se repitió anualmente hasta nuestros días.

En 1928 se descolgó una de las pesas del reloj sin causar heridos aunque atravesó forjado de un piso, quedándose en el despacho principal del ministerio, lo cual tuvo que ser toda una escena.
Los que entienden de relojes aseguran que su precisión es impecable para un reloj de torre y por esta razón está considerado una obra perfecta, equivalente al célebre Big Ben de Londres.
Es de los pocos relojes de Madrid que cuenta con cuatro esferas.
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