Pocos meses después de la proclamación de la Segunda República Española en 1931, Madrid vivió un momento que marcaría para siempre la relación de la ciudad con uno de sus espacios más emblemáticos: la Casa de Campo. Durante siglos, este inmenso terreno había sido un coto exclusivo de la monarquía, un lugar reservado a la caza y al esparcimiento de la nobleza. Pero la llegada de un nuevo régimen cambió para siempre su destino, transformando lo que antes era un privilegio en un regalo para todos los ciudadanos.
La historia del parque se remonta al siglo XVI, cuando Felipe II adquirió las tierras para su uso privado. Durante siglos, sus senderos, bosques y lagos estuvieron vedados para la mayoría de los madrileños, formando un refugio exclusivo de reyes y aristócratas. Aquella realidad cambió radicalmente con la II República. Apenas unas semanas después de proclamarse el nuevo régimen, la Casa de Campo fue cedida oficialmente al Ayuntamiento de Madrid, liberando este vasto espacio para que el pueblo pudiera recorrerlo, disfrutar de su naturaleza y apropiarse de un lugar que hasta entonces solo había sido escenario de la élite.
El 1 de mayo de 1931, Día del Trabajo, se convirtió en la fecha simbólica de la apertura. Aquella jornada, miles de madrileños se lanzaron a explorar los caminos del bosque, muchos por primera vez en sus vidas. Familias enteras, grupos de amigos y curiosos se mezclaban entre senderos y praderas, celebrando no solo la llegada de la primavera, sino también el fin de siglos de exclusividad. Los diarios de la época relatan un ambiente de fiesta y alegría, donde la emoción de entrar en un lugar tan codiciado se mezclaba con la novedad de poder recorrerlo libremente.
Pocos días después, el 6 de mayo de 1931, se formalizó la entrega del parque al Ayuntamiento en un acto solemne con la presencia de autoridades republicanas, como el ministro Indalecio Prieto y el alcalde Pedro Rico López. Esta cesión no era solo administrativa: simbolizaba un cambio profundo en la concepción de los espacios públicos, la democratización del ocio y la idea de que los recursos naturales podían y debían pertenecer a todos.
Tras la entrega, comenzaron a planificarse usos recreativos y educativos para el parque. Se buscaba conservar su riqueza natural y, al mismo tiempo, ofrecer zonas de paseo, juegos, deportes y descanso. La apertura también representó un acto de inclusión social: por primera vez, madrileños de todas las clases podían disfrutar de un lugar que había sido símbolo de privilegio durante siglos.
A lo largo de las décadas, la Casa de Campo se ha consolidado como el pulmón verde de Madrid, un espacio donde se mezcla la naturaleza con la historia. Su apertura en 1931 sigue siendo recordada no solo por la magnitud de la celebración, sino por lo que representó: un Madrid más abierto, más justo y más cercano a sus ciudadanos. La II República, aunque breve, dejó su huella en este parque, y hoy, al pasear por sus senderos y lagos, es posible sentir la memoria de aquel día en que el bosque real se convirtió en un espacio del pueblo.
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