El Oratorio de la Casa de la Villa, un tesoro barroco escondido en Madrid

En pleno corazón del Madrid de los Austrias, en la Plaza de la Villa, se esconde un lugar que durante siglos permaneció casi invisible para los madrileños: el Oratorio de la Casa de la Villa. Este pequeño espacio, cargado de historia y simbolismo, ha sobrevivido a transformaciones, usos políticos, periodos de abandono y deterioros. Hoy, gracias a una cuidada restauración, ha vuelto a mostrar su belleza original, devolviendo a la ciudad una de sus joyas barrocas más singulares.

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La Casa de la Villa comenzó a levantarse en 1629 por encargo de Felipe IV, que buscaba un edificio digno para acoger las reuniones del Concejo. El diseño inicial corrió a cargo de Juan Gómez de Mora, maestro mayor de Obras Reales y de la Villa de Madrid, aunque las obras se demoraron durante décadas por problemas económicos y cambios de dirección. No fue hasta 1696, bajo la supervisión de Teodoro Ardemans, cuando el edificio se completó con las portadas barrocas, la capilla, el patio central, la escalera de honor y las torres que aún lo caracterizan.

Bajo la antigua torre del reloj se concibió un oratorio reservado para ceremonias religiosas y para custodiar reliquias de gran valor, como la de Santa María de la Cabeza, esposa de San Isidro Labrador, patrón de Madrid. Aquel espacio, reducido y recogido, pronto se convirtió en un lugar de devoción y en un escaparate artístico de primer orden.

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En 1696 el Ayuntamiento encargó al pintor Antonio de Palomino, uno de los grandes maestros del barroco español, la decoración del oratorio. Sus frescos, de una riqueza iconográfica extraordinaria, giran en torno a la Inmaculada Concepción de la Virgen, aunque no se limitan a lo religioso: también incluyen referencias a la monarquía, alegorías de la Villa de Madrid y escenas de la vida de San Isidro y de su esposa. Palomino, discípulo de Claudio Coello y contemporáneo de Luca Giordano, combinó las enseñanzas de la pintura cortesana con un estilo dinámico, lleno de escorzos y luminosidad. El resultado fueron unas bóvedas vibrantes que aún hoy sorprenden por su capacidad de envolver al espectador en un juego visual y espiritual.

El oratorio se articula en tres estancias cuadrangulares, cubiertas con bóvedas vaídas, cúpulas con pechinas y bóvedas esquifadas, un diseño que refuerza la sensación de intimidad y de recogimiento. Sin embargo, con el paso de los siglos, el espacio sufrió alteraciones de todo tipo. Fue redecorado, revocado y repintado en varias ocasiones, se abrieron nuevas puertas y hasta llegó a utilizarse como despacho del alcalde. A ello se sumaron los daños provocados por las humedades, las filtraciones y el simple paso del tiempo: las sales y las pátinas oscurecieron las escenas, los colores se apagaron y muchas figuras quedaron casi ilegibles.

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La situación cambió radicalmente en 2024, cuando el Ayuntamiento de Madrid impulsó una restauración integral a través de la Dirección General de Patrimonio Cultural y Paisaje Urbano. Durante nueve meses y con una inversión de 241.000 euros, un equipo especializado se encargó de limpiar las superficies pictóricas, consolidar los muros, fijar las zonas desprendidas, eliminar sales, reintegrar morteros y recuperar, en la medida de lo posible, la viveza cromática de los frescos. Se retiraron repintes y capas oscuras que desvirtuaban la obra original, devolviendo al oratorio la luz y la intensidad que Palomino había concebido.

Hoy, al entrar en este pequeño recinto, el visitante se encuentra con un universo barroco en plenitud. En la bóveda central resplandece la Inmaculada Concepción, rodeada de ángeles músicos; en los muros, San Isidro, Santa María de la Cabeza y la beata María Ana de Jesús conviven con retratos de los reyes de la época —Felipe III, Felipe IV y Carlos II—, recordando la estrecha relación entre monarquía, religión y ciudad. Una alegoría del río Manzanares, representado como un hombre que vierte agua de un cántaro, se suma al conjunto, junto a figuras de santos y a la presencia de Fernando III el Santo. También están presentes las virtudes teologales, escenas bíblicas como el abrazo de San Joaquín y Santa Ana o pasajes apocalípticos que completan un discurso tanto espiritual como político.

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El Oratorio de la Casa de la Villa es, en definitiva, mucho más que un espacio devocional: es un testimonio vivo de la historia de Madrid, un cruce de arte, fe y poder que había quedado oculto y que ahora vuelve a la luz. La restauración no solo ha devuelto los colores y las formas, también ha permitido que los madrileños redescubran un lugar que forma parte de su identidad. Un tesoro que, tras siglos de silencio, vuelve a hablar con la voz vibrante del barroco.


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