Los Campos Elíseos de Madrid fueron un ambicioso jardín de recreo inaugurado en 1864, concebido al estilo de los parques europeos de moda, como el Bois de Boulogne en París. El proyecto fue impulsado por el empresario catalán José Casadesús y contó con el apoyo provisional del Ayuntamiento, consciente de que el área estaba destinada a transformarse en el futuro Barrio de Salamanca, bajo los planes urbanísticos del marqués de Salamanca.
Se situaban en un extenso solar de unos 130.000 m², delimitado aproximadamente por las actuales calles de Alcalá, Velázquez, Goya y Príncipe de Vergara. El terreno pertenecía a la familia González Isern y pronto se convirtió en uno de los espacios de ocio más innovadores de la capital.
El 18 de junio de 1864 se inauguraron oficialmente los Campos Elíseos, en un evento multitudinario que la prensa de la época describió como un verdadero acontecimiento para Madrid. Aquella primera noche, miles de madrileños se agolparon a las puertas para descubrir el nuevo recinto, que ofrecía desde paseos arbolados y salones de baile hasta espectáculos nunca antes vistos en la ciudad.
Aunque el arbolado todavía era joven y escaso, el frescor nocturno y la iluminación con centenares de lámparas de gas y farolillos creaban una atmósfera festiva y moderna que impresionaba a los asistentes.



Los Campos Elíseos fueron un auténtico parque de atracciones decimonónico, con una variedad sorprendente de propuestas para el ocio:
- Teatro Rossini: un edificio monumental con capacidad para 2.000 espectadores, inaugurado con la ópera Guillermo Tell, bajo la dirección de Francisco Asenjo Barbieri. Su decoración incluía notables pinturas en techos, palcos y galerías.
- Plaza de toros, que fue también escenario de espectáculos diversos.
- Ría navegable, con barquitas y hasta un pequeño vaporcito de ruedas que transportaba a los visitantes.
- Montaña rusa de madera y mampostería, de las primeras en Madrid, que rodeaba la plaza de toros.
- Salones de baile y conciertos al aire libre, donde se organizaban zarzuelas, música sinfónica, bailes de máscaras y fuegos artificiales.
- Casa de baños, salón de tiro, sala de billar y columpios, junto a cafés y fondas.
- Explanada para fuegos artificiales, gimnasia y espectáculos gimnásticos.
- Zoológico exótico, donde llegó a exhibirse un “tigre marino” —probablemente un lobo marino— que, según la prensa, había luchado con perros, toros e incluso una hiena. La entrada para contemplarlo costaba dos reales.
- Cosmorama, una especie de espectáculo visual precursor de las experiencias inmersivas actuales.
Todo ello convertía el recinto en un auténtico “universo del ocio” para la burguesía madrileña.
El precio de la entrada general era de 2 reales antes de las 17:00 y 4 reales después. Existían abonos anuales por unos 12 duros, aunque las atracciones especiales tenían un coste adicional. Además, un ómnibus comunicaba la Puerta del Sol con el parque por solo 1 real, lo que facilitaba la afluencia de visitantes.



Durante sus primeros veranos, los Campos Elíseos fueron el lugar de moda en la capital, especialmente entre la burguesía que buscaba un ocio refinado y novedoso. Sin embargo, su esplendor comenzó a decaer a partir de 1868, cuando el Parque del Retiro fue abierto al público de manera gratuita tras la revolución de septiembre. El Retiro, mucho más céntrico y accesible, atrajo a las multitudes y restó atractivo a un recinto de pago como los Campos Elíseos.
El carácter provisional de la concesión, unido al imparable desarrollo urbanístico del barrio de Salamanca, selló definitivamente su destino.
El proceso de desaparición comenzó en 1870 con las obras del Ensanche. Algunos espacios, como la plaza de toros, resistieron hasta 1881, pero para entonces la mayor parte del recinto había sido ya desmantelada.
Hoy, el único vestigio material es un pequeño templete de estilo griego, conservado en el palacio de la marquesa de Zafra. El resto se borró bajo el trazado de calles y edificios del nuevo barrio.



La huella de los Campos Elíseos quedó en la memoria literaria y periodística. Pedro de Répide lamentó que, de haber sobrevivido, “podría ser hoy todavía gala y orgullo de la Corte”. Benito Pérez Galdós también los evocó en sus crónicas como símbolo del ocio efímero de un Madrid en transformación.
El nombre se rescató más tarde en otro recinto de recreo, ubicado en Fuente del Berro. Allí se instalaron nuevas atracciones —pista de tenis, tiro al pichón, billares, tiovivo y montaña rusa— que intentaron revivir el espíritu del parque original. Sin embargo, el proyecto fue sustituido poco después por la Colonia Iturbe, un conjunto residencial higiénico diseñado por Enrique Pfitz, reflejo del nuevo enfoque urbanístico de la ciudad.
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