En el moderno y opulento barrio edificado sobre terrenos del antiguo palacio del Buen Retiro, se encuentra esta calle, que va desde la de Alarcón a la de Alfonso XII.
Dan a ella la fachada septentrional de la hermosa iglesia de San Jerónimo el Real, y la meriodional del edificio de la Academia Española, institución de la que toma su nombre.

La Real Academia Española fue fundada en 1715 por iniciativa de don Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena, fundación aprobada en la Real Cédula de Felipe V, expedida el 3 de octubre de 1714, por la que se autorizaba a la Academia para formar sus estatutos, y fueron concedidos varios privilegios a los académicos y a la Corporación, que hubo de adoptar como divisa un crisol puesto al fuego, con la leyenda que dice: «Limpia, fija y da esplendor», como emblema de lo que debía hacer por la pureza y elegancia del habla castellana.

Con fecha de 22 de diciembre de 1723 le fue concedida una dotación de 60.000 reales anuales para sus publicaciones, y posteriormente Fernando VI la facultó para que sus obras y las de sus individuos pudieran ser publicadas sin previa censura. En 1754 el rey dio a la Academia, que venía elaborando sus juntas en la vivienda de sus directores, una habitación para este fin en la real casa del Tesoro, hasta que en 1790, Carlos IV concedió a la sabia corporación la casa de la calle de Valverde, donde permaneció hasta su traslado al edificio construido para ella, con entrada principal por la calle Alarcón, acceso ordinario por la de Felipe IV y fachadas restantes a la de Moreto y a la propia Academia.

Por el real decreto de 10 de marzo de 1847 se dieron nuevos estatutos a la Academia, con reforma de su organización, suprimiendo la clase de supernumerarios y aumentando hasta treinta y seis las plazas de individuos de número.
Finalmente, por real decreto de 1859 fueron dados a esta Corporación los estatutos por que se rige en la actualidad.

Su primer director fue su fundador, el marqués de Villena, y su primera labor la preparación del Diccionario, que se eligió como obra fundamental del instituto. De 1726 a 1739 publicó en seis tomos el famoso «Diccionario de autoridades» y en 1780 la magnífica edición del «Quijote». En 1777, con el fin de excitar a la juventud al cultivo de las letras, estableció premios para los cuales ha de abrir certamen cada dos años.

Desde su fundación lleva publicadas numerosas ediciones del «Diccionario de la Lengua Castellana» y otra lista extensa de interesantísimas obras, con que demuestra la continuidad y eficacia de su labor.
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