Famosas son las aguas de Madrid, que en otros momentos abundaban por todas partes. Su nombre viene de ahí precisamente, aunque ahora pueda sonar a chiste, ya que en la Corte abunda más el yeso que este líquido básico.
Hoy hablamos de un entorno, el de Recoletos, en concreto a la altura de la Biblioteca Nacional y la Plaza de Colón. Allí en 1626 se construyó una puerta de acceso, como tantas había en la Villa, aunque otras eran de gran ornamentación.
Posteriormente en 1756 se derribó, aunque se construyó otra un poco más al norte, donde actualmente se cruzan los caminos de la Plaza de Colón con la calle Génova. Esta fue construida por Francisco Moradillo y desgraciadamente también fue derribada en 1859, por un alto desgaste y mal estado de conservación.

Justamente a la altura de esta segunda puerta, en el siglo XVII, se encontraba una de las arcas más importantes que había en la ciudad, ya que aquí se retenía el agua del Alto Abroñigal. A unos pocos metros también podemos observar el arca del Bajo Abroñigal.

Su funcionamiento era lógico y básico, ya que aprovechaban el desnivel para la acumulación de agua. Este agua provenía principalmente del norte y el este, siendo trasladada por galerías subterráneas, que comprendían de 7 a 12 km. Después había otra cañería que trasladaba este agua a las fuentes más importantes de la ciudad.
Estas arcas de agua estaban vigiladas y controladas por sus maestros fontaneros, que controlaban la pureza de agua y obviamente, se encargaban de la protección de estos lugares, para que ningún intrépido se atreviese a abusar de este servicio de vital importancia.
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