Ya hemos hablado del frontón Beti Jai hace ya bastante tiempo en otra entrada del blog y creo que ya tocaba escribir sobre más frontones madrileños que fueron tan importantes a finales del XIX y principios del XX. En este caso hablaremos de uno de los mejores frontones que hubo en Madrid y que desgraciadamente desapareció. Hoy hablamos del frontón Jai Alai.
El origen del deporte del frontón y los pelotaris, proveniente del Pais Vasco como ya sabreis, pero tuvo una especial relevancia en Madrid, proliferando los frontones por la ciudad y convirtiendose en el deporte favorito de la época, aunque los toros seguía siendo uno de los mayores divertimentos de las gentes de la capital.
Unos cuantos pelotaris y empresarios vascos vieron la oportunidad de hacer negocio en Madrid y se pusieron manos a la obra. Así llegó este frontón en el mes de junio de 1891, cuando se inauguró. El nombre significa «Fiesta alegre» en euskera, como ya vimos en el Beti Jai, que significa «Siempre fiesta». A la inauguración asistieron la infanta Eulalia y numerosas damas de la aristocracia madrileña, que solían veranear en San Sebastian, por esto era su interés en este deporte.

El partido inaugural enfrento a 4 pelotaris en 2 equipos por parejas. Por un lado estaba Pedro Arrecigor y Saturnino Echevarría, y por el otro Juan José Gorostegui y Pedro Echevarría. Se jugó el partido a 50 tantos en la especialidad de cesta, que facilitaba las propias características del frontón.
Cándido Lara y Ortal y su socio Manuel Chacón fueron los propietarios del nuevo frontón, que decidieron construir en el número 60 de la calle Alfonso XII, a imitación del famoso frontón de verano del mismo nombre que había en la ciudad de San Sebastián.

Fue este el primer frontón largo de Madrid, que permitía jugar con cesta, con la que se podía lanzar la pelota con más potencia y velocidad. Miguel Mathet y Coloma, abogado y arquitecto toledano, fue el responsable del diseño de la obra, mientras que Fausto García realizó las obras.
El edificio, austero y de sencillas lineas medía 64 metros de largo por 11,50 de alto en la pared de juego y por lo tanto 11,50 de ancho hasta la raya de falta. El suelo, la pared de piedra estaban pintadas al óleo de color ocre. Tenía un total de 2000 localidades, divididas en una serie de filas y de palcos. Poseía 3 puertas de acceso, que facilitaba tanto la entrada como la salida al recinto. Tenía además un edificio restaurante, café y puestos de agua, entre otras instalaciones.

Al crearse este frontón se impulsó la locura por el deporte de la pelota y la mayoría de los medios de la época le dedicaban una reseña de gran consideración. Pero no todo podía deslumbrar, ya que también se hacía referencia a las apuestas que se realizaban en los partidos, las cuales no se escondían lo más mínimo, viendose a los corredores de estas apuestas en primera fila recogiendo el dinero de los que jugaban a ellas.
En los primeros años del frontón, los mejores pelotaris de la época jugaban aquí, la mayoría provenientes del Pais Vasco, siendo del deleite de los espectadores. El empresario Cándido Lara decidió introducir una medida polémica en su época a su nuevo frontón. Se empezó a jugar con blusas blancas, que hacía más elegantes a los pelotaris, distinguiendo a los equipos por bandas de color rojo o azul, además de su boina de dichos colores. Aunque la idea pudiera parecer positiva, a los espectadores no les facilitaba el deleite del espectáculo, ya que muchas veces los propios pelotaris se quitaban la boina para jugar más comodamente y las bandas se veían muy poco.

La temporada de la pelota se concentraba entre los meses de abril y octubre, realizándose un pequeño parón en los días más calurosos del veranos. Obviamente en invierno no se jugaba, debido a que estos frontones eran al aire libre, y las temperaturas hacían imposible su práctica. Posteriormente se añadiría una cubierta que se puede observar perfectamente en la mejor foto que se conserva del frontón, justo en su exterior, muy cerca del Real Jardín Botánico.
Finalmente este frontón desapareció junto con otros a principios del siglo XX, por la falta de público, el abandono de algunas instalaciones y sobretodo por falta de pelotaris de calidad, ya que algún día hablaremos de la maldición que sufrieron algunos de los mejores pelotaris de la historia en pocos años, llegándoles la muerte prematuramente.
Por suerte, gracias a artículos como este y numerosos libros que hablar sobre estos frontones podemos recordarlos y nunca caerán en el olvido.
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