En los fríos días de enero de 1954, Madrid despertó con una noticia que parecía sacada de una novela gótica. En un piso señorial del número 72 de la calle Princesa, la policía halló una mano humana conservada en una lechera de plástico. La dueña de la vivienda era una aristócrata peculiar: Margarita Ruiz de Lihory, marquesa de Villasante, pintora, periodista, espía y, según algunos, una mujer que rozaba la locura. La mano pertenecía a su hija Margot, muerta poco antes en circunstancias misteriosas.

Aquella escena, macabra y enigmática, dio origen a uno de los casos más inquietantes y célebres de la crónica negra española: el caso de la mano cortada.
Una marquesa excéntrica y una hija enferma
Margarita Ruiz de Lihory era una figura fascinante. Nacida en Albacete en 1889, se movía entre artistas, diplomáticos y militares. Hablaba varios idiomas, viajaba por medio mundo y se decía que había actuado como espía en Marruecos, lo que le valió el apodo de la Mata Hari española. Incluso hay quien asegura que salvó la vida de Franco en el Rif aplicándole un torniquete, lo que la convirtió en persona cercana al régimen.

En su casa convivían cuadros, animales disecados y frascos con órganos conservados en formol. Era amante de la anatomía y de la disección, una afición que muchos consideraban simple extravagancia… hasta que el límite se cruzó.
Su hija Margot, una mujer de 36 años, llevaba tiempo enferma. Algunos médicos apuntaban a una leucemia o a un edema pulmonar. Murió en diciembre de 1953, aparentemente de forma natural. Pero la actitud de la madre tras la muerte encendió las sospechas: no permitió que nadie viera el cadáver, se negó a un entierro inmediato y mostró un comportamiento errático. Su hijo Luis, alarmado, acudió a la policía.
Cuando los agentes entraron en la vivienda, descubrieron el horror.
La mano en la lechera
Entre los objetos del salón encontraron una lechera de plástico con un líquido amarillento. Dentro flotaba una mano femenina, amputada con precisión. También hallaron otros frascos con ojos, lengua y restos animales. Todo parecía dispuesto con una intención que nadie entendía.

El cuerpo de Margot fue exhumado días después. El informe forense confirmó lo que temían: le faltaban la mano derecha, los ojos, la lengua y parte del vello púbico. Pero no había señales de violencia vital: había muerto antes de ser mutilada.
La marquesa fue detenida junto a su pareja, José María Basols-Iglesias. Ante el juez, Margarita no negó los hechos. Dijo que lo había hecho “por amor”, que quería conservar partes de su hija como reliquias. Según su propia versión, se trataba de un gesto de devoción maternal, una manera de no separarse del ser amado.
El juicio y la sentencia
El juicio se celebró en 1961, siete años después de los hechos. La expectación era enorme. Los periódicos de la época, especialmente El Caso, intentaron publicar las imágenes de la mano cortada, pero la censura franquista lo impidió. En su lugar, el titular “El misterio de la mano cortada” se convirtió en leyenda y agotó las ediciones del semanario.
Finalmente, la justicia determinó que no hubo homicidio: Margot había muerto de causas naturales. Pero sí se condenó a la marquesa por profanación de cadáver, con una pena leve: seis meses de arresto y una multa de 5.000 pesetas. Su compañero recibió tres meses y 2.000 pesetas.

Para muchos, fue una sentencia indulgente. Para otros, una muestra de la ambigüedad de un caso que desafiaba toda lógica.
Entre el mito y la locura
Desde entonces, el caso ha sido reinterpretado de mil maneras. Hay quienes creen que Margarita realizaba rituales de magia negra o experimentos ocultistas. Otros sostienen que padecía un trastorno mental grave, una forma de psicosis o necrofilia afectiva.

En su libro Toda la verdad sobre el caso de la mano cortada, José Talavera analiza los documentos judiciales y las teorías más extravagantes: desde prácticas esotéricas hasta supuestas conspiraciones políticas para proteger a una mujer con poderosas conexiones.
También se ha hablado de encubrimiento. Margarita era una figura próxima a altos mandos militares y diplomáticos. No son pocos los que sospechan que su relación con ciertos círculos del franquismo suavizó la actuación judicial.
Pero quizá lo más inquietante sea la dimensión humana del caso: una madre incapaz de aceptar la muerte de su hija, atrapada entre la ciencia, la fe y la obsesión.
El final de la marquesa
Margarita Ruiz de Lihory murió en 1968, arruinada y sola. Ninguno de los misterios que la rodeaban se resolvió completamente. Su nombre, sin embargo, quedó grabado en la historia de la España más oscura.

Con el paso del tiempo, su historia ha alimentado rutas turísticas, programas de misterio y podcasts que rescatan los enigmas de la posguerra. Desde Rutas Misteriosas hasta La Rosa de los Vientos, todos coinciden en lo mismo: pocos casos combinan tanta belleza, locura y horror como el de la mano cortada.
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