La actual estación de trenes que llamamos Atocha dista mucho del concepto original. En una época totalmente distinta a la actual se planeó un bello diseño que se ha conservado con ligeras modificaciones en el actual jardín tropical de la misma.


Se construyó originalmente un embarcadero en 1858 con una cubierta de madera que desgraciadamente se incendió en 1863. La Real Orden entonces obligó la realización de una nueva obra, la cual solo sustituyó la cubierta, haciéndola en esta ocasión de hierro sobre apoyos de fundición, que llegaría a subsistir hasta 1891.
Debido al aumento de transporte ferroviario, en 1883 otra Real Orden emplazaría a M.Z.A. a ejecutar una terminal completa. Uno de los primeros proyectos, de Gerardo de la Puente, arquitecto de la Compañía, presentó una estación monumental, con una arquitectura llena de elementos clásicos y edificios tipo vivienda más que con un diseño industrial, a pesar de la cubierta metálica central. Este sería el proyecto que se firmaría el mismo año 1883 aunque finalmente no se llevaría a cabo.


En 1888 Alberto de Palacio firma el proyecto definitivo, aprovándose al año siguiente con algunas prescripciones, como la obligatoriedad de aumentar la longitud de los andenes cubiertos en 25 metros. La nueva obra exigió el derribo del anterior edificio administrativo y la desaparición de unos jardines que se encontraban al lado. Así se construiría una gran nave metálica que cubriría los andenes y vías, cerrándose por un extremo y con dos edificios de pasajeros a los lados. El ingeniero que diseñó la cubrición de la estación fue Henry Saint James y responde a un sistema estructural rígido “De Dion”, con formas curvas. Sus dimensiones, 48 metros de luz, 27 de altura y 152 de longitud fueron tan ambiciosas que la convirtieron en una de las estaciones más grandes de Europa en su época.


Fue totalmente montada por la belga “Société Anonyme de Construction et des Ateliers de Willebroek”, siendo sus ingenieros L. Valentín y W. León Beau supervisores del montaje. La obra finalmente se inauguró en 1892, coincidiendo con el IV centenario del “descubrimiento de América”. La cubierta quedó rematada frontalmente por un “muro cortina” de hierro moldurado y una cristalería deslustrada, flanqueada por dos edificios de ladrillo para las naves de salidas y llegadas de los viajeros.
Así permaneció durante décadas hasta que Rafael Moneo Vallés restauraría y rehabilitaría el edificio, entre 1990 y 1992, para destinarlo a vestíbulo y jardín invernáculo. Además, se expandió para ser usado por la red de alta velocidad. Durante años hubo un pequeño estanque lleno de tortugas americanas o de Florida, con franjas verdes y manchas rojas, en el jardín invernadero.


Hay todo tipo de especies en el jardín, desde cipreses de los pantanos, palmas del viajero, palmeras de cuello de botella, costillas de Adán, orejas de elefante, patas de elefantes, palmeras reales, palmas del aceite, kentias, colas de pescado y el famoso cocotero plumoso, la palmera más alta del jardín. Siete jardineras que ocupan unos 4000 metros cuadrados con unas 7000 plantas de 260 especies originarias de India, Austrias, China y América. Para que todo este ecosistema sobreviva en armonía tienen que estar en ciertas condiciones, una media de 22-24 grados, apoyo lumínico y humedad estable del 60-70% que se consigue gracias a unos dosificadores que inyectan el vapor necesario en cada momento.
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