La estufa desaparecida de la Rosaleda del Retiro: el invernadero perdido de Madrid

Pasear hoy por la Rosaleda del Parque del Buen Retiro es dejarse envolver por el perfume de las rosas, la simetría de sus parterres y la serenidad de uno de los jardines más bellos de Madrid. Sin embargo, pocos visitantes saben que, en el centro de este espacio, se alzó durante décadas una construcción singular, hoy desaparecida: la Estufa de la Rosaleda, un invernadero de hierro y cristal que formó parte esencial de la historia del jardín.

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Antes de que la Rosaleda adquiriera su fisonomía actual, el lugar ya contaba con un elemento destacado. A finales del siglo XIX, el Marqués de Salamanca, uno de los grandes impulsores del urbanismo madrileño, donó al Ayuntamiento una estufa procedente de su finca. Fabricada en Londres por los talleres de Konnans Hermanos, esta estructura metálica respondía al gusto de la época por la arquitectura del hierro y el vidrio, tan presente en los grandes jardines europeos. Su finalidad era albergar plantas exóticas y delicadas, protegidas gracias a un sistema de calefacción por termosifón que permitía regular la temperatura interior.

Cuando en 1915 el jardinero mayor de Madrid, Cecilio Rodríguez, recibió el encargo de crear una rosaleda a la altura de las más prestigiosas de Europa —inspirándose especialmente en la de Bagatelle, en París—, la estufa ya ocupaba una posición central en el terreno. Lejos de eliminarla, el nuevo diseño del jardín se organizó en torno a ella, integrándola como un elemento protagonista dentro de una composición elegante y simétrica, con caminos geométricos, setos de boj, pérgolas y miles de rosales procedentes de distintos países.

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Durante años, la estufa fue una pieza clave del conjunto. No solo cumplía una función botánica, sino que aportaba un aire refinado y cosmopolita al jardín, reforzando la imagen del Retiro como un espacio moderno y acorde con las tendencias paisajísticas del momento. Sin embargo, esta armonía se vio truncada por los acontecimientos históricos.

La Guerra Civil Española supuso un golpe devastador para el parque. El Retiro fue escenario de bombardeos y graves destrozos, y la Rosaleda no escapó a ellos. La estufa resultó seriamente dañada y, tras el conflicto, se optó por desmontarla. A diferencia de otros elementos del jardín, nunca fue reconstruida. Su desaparición marcó el final de una etapa y dejó un vacío físico y simbólico en el corazón de la Rosaleda.

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En la restauración llevada a cabo en los años cuarenta, el espacio que había ocupado el invernadero se transformó en un estanque central. Este elemento, discreto pero significativo, conserva la huella de la antigua estufa, respetando su emplazamiento y recordando, de forma silenciosa, la presencia de aquella estructura de hierro y cristal que un día presidió el jardín. Hoy, nenúfares y aves acuáticas ocupan el lugar donde antes crecían plantas protegidas bajo el vidrio.

Estufa de Graells al fondo a comienzos del siglo XX

A lo largo del siglo XXI, la Rosaleda ha sido objeto de diversas restauraciones que han devuelto su esplendor original. Con más de cuatro mil rosales de numerosas variedades, sigue siendo uno de los espacios más apreciados del Retiro, especialmente en primavera. No obstante, la estufa permanece únicamente en fotografías antiguas, planos y en la memoria de la ciudad.

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La historia de la Estufa de la Rosaleda es, en definitiva, la historia de un patrimonio perdido, pero también la de un jardín que ha sabido reinventarse sin renunciar a su pasado. Entre senderos floridos y el reflejo del estanque, el visitante atento puede aún imaginar la silueta de aquel invernadero que simbolizó la modernidad y el esplendor botánico de otro tiempo, recordándonos que el Retiro es un espacio vivo, marcado por la belleza y por las huellas de su propia historia.


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