A finales de 1903 José Lázaro encargó al arquitecto José Urioste el proyecto de su nueva residencia familiar, el palacio de «Parque Florido», así denominado en homenaje a su esposa Paula Florido.
Urioste firmó los planos en mayo de 1904 pero ciertas desavenencias llevaron a Lázaro a poner la ejecución de la obra en manos de Joaquín Kramer, quien dirigió los trabajos hasta 1906. Durante estos años el nuevo arquitecto introdujo numerosas modificaciones en el proyecto original, siguiendo las indicaciones del propietario. La obra sería finalizada en 1908 por el arquitecto Francisco Borrás, con resultado según el propio Lázaro, de «estilo Renacimiento muy sobrio».

En cuanto a la ornamentación interior, el escultor Manuel Castaños se ocupó de la decoración de las cornisas y sobrepuertas de los salones, Juan Vancell llevó a cabo el encasetonado clásico del pórtico de la fachada principal y Eugenio Lucas Villamil decoró con pinturas los techos de las estancias más importantes.
Al fallecer José Lázaro Galdiano en 1947 cedió todos sus bienes al Estado, creándose la Fundación que lleva sus apellidos, a la cual dotó con tan generoso legado.

En 1951 el edificio fue inaugurado como Museo, adaptado a sus nuevas funciones por Fernando Chueca Goitia. Tres de las cuatro plantas del edificio fueron modificadas para conferirles una ordenación propiamente museística, conservando la rica decoración original de la planta noble y de algunas estancias de los pisos segundo y tercero con el fin de lograr en ellas una puesta en escena que evocara el ambiente «vivido» de la residencia del coleccionista.

El jardín de Parque Florido debe entenderse como una repetición formal de los principios expuestos en los tratados de jardinería de finales del siglo XIX, derivados del estilo paisajista que se impuso en la centuria anterior, adaptando lo que los franceses llamaban estilo «hôtel de ville» al clima madrileño y al gusto isabelino. El parque representa una pieza esencial no sólo por su trazado sino también por ser uno de los pocos conjuntos madrileños de palacete y jardín que han sobrevivido a nuestros días.

Acerca de su realización, la documentación sólo menciona a Alfonso Spalla, un ilustre paisajista que llegaría a España procedente de Italia, el cual utilizó un curioso estilo mixto aprendido durante su estancia en París, combinando la rigidez de los trazados formales con la sinuosidad del estilo naturalista. Este jardín, con su suave trazado, es un claro exponente de este movimiento que también se caracterizará por la introducción de una gran riqueza de especies arbóreas, que incluyen palmeras, coníferas y frondosas, entre las que destaca un gran almez y el tan característico plátano podado en candelabro.
El recorrido por el jardín lo amenizaba la colección de arte, que no se limitaba al interior del palacete sino que continuaba en el exterior, tal y como testimonian los bustos de los emperadores o la estatua de Galatea que permanecen en él tras el proyecto de recuperación acometido en el año 2004 por el estudio de paisajismo Citerea.
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