Si hoy paseas por el Parque del Retiro, probablemente no imaginarías que hace más de un siglo existió en sus jardines una de las construcciones más curiosas y extravagantes de Madrid: la Casa Rústica, también conocida como Casa Persa. Este pequeño pabellón no era solo un edificio, sino un auténtico capricho romántico que combinaba lo rústico y lo oriental, una obra pensada para sorprender y deleitar a quienes recorrían los jardines del antiguo Reservado Real.
La Casa Persa no era rústica solo de nombre. Sus muros estaban construidos con troncos de madera sin descortezar, lo que le daba un aspecto natural, casi salvaje, que contrastaba con la riqueza de su interior. Allí, columnas rematadas con cabezas de elefante se mezclaban con alfombras orientales y telas exóticas que transportaban al visitante a un imaginario lejano y fascinante. Era un lugar que parecía sacado de un cuento de Oriente Medio, pero que en realidad estaba en el corazón de Madrid.

Su planta también rompía con la tradición: un primer cuerpo cuadrado daba paso a un segundo cuerpo circular, integrando geometrías y formas que reflejaban la creatividad de los arquitectos de la época. La construcción formaba parte de un conjunto de caprichos diseñados durante el reinado de Fernando VII, cuando los jardines del Retiro estaban en plena transformación tras los destrozos de la Guerra de la Independencia. Estos pabellones, entre los que se encontraban también la Casita del Pescador o la Fuente Egipcia, buscaban embellecer el parque y ofrecer a la realeza y a los visitantes un recorrido lleno de sorpresa y fantasía.
Con el tiempo, la Casa Persa dejó de ser un espacio exclusivo de la realeza. Tras la apertura del Retiro al público, comenzó a funcionar como cafetería y lugar de encuentro, donde los madrileños podían descansar y disfrutar de la sombra y la magia de aquel lugar pintoresco. Sin embargo, su destino ya estaba marcado: a finales del siglo XIX, la fragilidad de su construcción y el desinterés por mantener este tipo de pabellones llevaron a su demolición. Hoy, nada queda de ella salvo descripciones, ilustraciones y la memoria de quienes se dedican a estudiar la historia urbana de Madrid.

La Casa Rústica o Persa era más que un edificio: era un reflejo de una época en la que la fantasía y lo pintoresco tenían un lugar destacado en los jardines madrileños. Representaba la voluntad de sorprender, de mezclar culturas y estilos, y de convertir un paseo por el Retiro en una experiencia de asombro y ensueño. Caminar hoy por los mismos senderos y tratar de imaginarla es recordar un Madrid que valoraba la arquitectura como juego y espectáculo, un Madrid donde incluso los árboles y los jardines podían formar parte de un escenario mágico.
Aunque ya no exista, su historia sigue viva en los relatos, en los mapas antiguos y en la curiosidad de quienes quieren conocer cada rincón perdido del Retiro. La Casa Persa es, en definitiva, uno de esos recuerdos encantadores de un Madrid que supo mezclar lo real y lo imaginario para crear belleza y misterio en sus espacios más públicos.

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