Fernando VII de Borbón es recordado como uno de los monarcas más controvertidos de la historia de España: absolutista, desconfiado, vengativo y políticamente errático. Sin embargo, junto a su legado político existe una faceta mucho más insólita que, con el paso del tiempo, ha despertado una mezcla de curiosidad histórica, morbo y humor: la singular anatomía de su pene y las consecuencias que esta habría tenido en su vida íntima y en la sucesión de la Corona.
Lejos de tratarse únicamente de una leyenda escabrosa, la cuestión aparece mencionada en crónicas, testimonios médicos y relatos de contemporáneos, lo que ha llevado a muchos historiadores y divulgadores a considerar que Fernando VII padecía una condición médica real conocida como macrosomía genital. Según estas fuentes, el rey tenía un miembro viril de tamaño extraordinario y con una forma poco habitual, desproporcionada entre la base y la extremidad, algo que no solo llamaba la atención, sino que le provocaba serios problemas funcionales.

Los médicos de la corte, obligados a tratar un asunto tan delicado como crucial para la estabilidad del reino, dejaron constancia de que el tamaño del pene del monarca dificultaba la consumación de las relaciones sexuales. En una época en la que la continuidad dinástica era una prioridad absoluta, este problema trascendía lo privado y se convertía en una cuestión de Estado. Fernando VII se casó cuatro veces, pero durante años no logró descendencia, lo que alimentó rumores, tensiones políticas y una creciente inquietud entre los círculos de poder.
Las descripciones que han llegado hasta nosotros hablan de un pene excepcionalmente largo y grueso en su extremo, hasta el punto de causar dolor y lesiones a sus esposas. Algunas fuentes aseguran que los médicos reales tuvieron que idear soluciones prácticas para permitir el coito, como la fabricación de un cojín especial con un orificio central que limitara la profundidad de la penetración. Esta solución, tan rudimentaria como reveladora, habría sido clave para que su cuarta esposa, María Cristina de las Dos Sicilias, pudiera finalmente concebir.

Gracias a ese último matrimonio nacieron Isabel II y su hermana Luisa Fernanda. Paradójicamente, la imposibilidad de engendrar un heredero varón y la posterior promulgación de la Pragmática Sanción —que permitía reinar a una mujer— desembocaron, tras la muerte de Fernando VII, en las Guerras Carlistas. De este modo, un problema físico íntimo acabó influyendo indirectamente en uno de los conflictos civiles más importantes del siglo XIX español.
Conviene subrayar que no existen informes médicos completos conservados con mediciones exactas, y que buena parte de lo que se conoce procede de testimonios indirectos, escritos posteriores y crónicas con cierto tono satírico. Aun así, la coincidencia de relatos procedentes de distintas fuentes y épocas refuerza la idea de que el rey padecía realmente una anomalía anatómica, más problemática que ventajosa.

La historia del pene de Fernando VII no debe entenderse solo como una anécdota morbosa, sino como una ventana a la mentalidad de la época y a la fragilidad de las monarquías, donde la biología personal del soberano podía tener consecuencias políticas de gran alcance. También refleja cómo la historia, con el paso del tiempo, acaba fijándose tanto en las grandes decisiones como en los detalles más íntimos de quienes las tomaron.
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