Los fantasmas del Parque de El Capricho

El Jardín de El Capricho es un parque y zona verde situado en el madrileño barrio de Alameda de Osuna, zona de Barajas, al noreste de Madrid. Su construcción fue encargada por la duquesa de Osuna (1752-1834) comprando los terrenos en 1783 y construyéndose entre 1787 y 1839. El encargo recayó en las manos de arquitectos y diseñadores italianos y franceses. Es uno de los lugares más bellos de Madrid pudiéndote perder en sus catorce hectáreas.

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La duquesa de Osuna no solo quiso realizar este jardín sino que también cumplía funciones filantrópicas, convirtiéndose en mecenas de escritores y artistas. Desgraciadamente para la duquesa, no pudo ver su jardín terminado, ya que falleció cinco años antes de la finalización de las obras.

Actualmente el Capricho sigue siendo un lugar mágico que transmite múltiples sensaciones, desde la nostalgia hasta el romanticismo, pasando por la relajación (cuando no está masificado). La duquesa quiso que el lugar estuviera repleto de símbolos, relacionados con la magia y la alquimia, ya que era la corriente que se popularizó en Europa durante la época. 

Los guardianes del jardín, el personal de mantenimiento y algunos visitantes han asegurado haber visto seres extraños. Muchos dan por contado que hay fantasmas. Uno de ellos es el alma de Mariano Téllez Girón (1814-1882), el último duque de Osuna, que despilfarró su fortuna y herencia condenando al parque a una continua degradación y olvido. Llegando casi a la miseria, Mariano subastó el lugar para solventar sus deudas económicas. Dicen que su alma vaga por los caminos y construcciones del jardín, escuchándose su voz en ocasiones.

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El otro fantasma, este aún más conocido, fue por el contrario un alma mucho más pura y bondadosa. La leyenda cuenta que un humilde mendigo se acercó al jardín para pedir ayuda a los duques de Osuna. Estos decidieron ayudarle, alojándole en una pequeña ermita que hay cerca del acceso del parque, con la condición de que este se convirtiese en ermitaño y que cuidase de dicha ermita. El mendigo accedió a dichas condiciones sin dudarlo y dedicó su vida a rezar por la protección de las almas de los duques. Al ser un ermitaño no volvió a cortarse el cabello ni las uñas durante el resto de su vida y dicen que se le ha visto vagar por los alrededores de la ermita del Capricho.


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